Cocidito madrileño
Cuando en Madrid auf Deutsch enseñamos la ciudad de Madrid a nuestros clientes alemanes, éstos suelen coincidir en dos cosas: aquí se come muy bien, sin embargo, Madrid tiene un río ridículo comparado con sus caudalosos Rin, Danubio, Elba o Spree, por ejemplo. No les falta razón en ambas apreciaciones.
Ahora bien, siempre explico que el río Manzanares tiene tan poco cauce porque Madrid es la capital europea que se encuentra a mayor altitud. De ese modo, el nacimiento del río se encuentra muy cerca y, a falta de caudal, tenemos una de las mejores aguas de Europa. No hay mal que por bien no venga y el agua que se consume en Madrid proviene de la misma sierra y se capta del río Lozoya muy cerca de su nacimiento. Nuestra agua, para ser consumida, no necesita tantas depuraciones como en el resto del continente.
Este asunto puede parecer baladí pero es fundamental para nuestra gastronomía. Así como los maestros espaderos toledanos necesitaban la luz de su ciudad para discernir el verdadero color incandescente del metal para trabajarlo con éxito, el cocido madrileño necesita nuestra agua. Quienes saben de cocido bien lo tienen en cuenta. Vean si no qué es lo que opinan en La Bola, uno de los referentes del cocido en la capital durante varias generaciones.
En realidad, el cocido no consiste más que en rellenar una olla con todo tipo de carne y agua para conseguir un caldo. A la olla se le puede añadir (o no) legumbres o relleno, de hecho, lo que se ha añadido a lo largo del tiempo a los cocidos dependía mucho de la situación económica. Existen tantos cocidos como casas y en realidad distintos cocidos hay por toda España (lebaniego, maragato, montañés, pote gallego…) y por toda Europa (Pot-au-feu en Francia o Steckrübeneintopf en Alemania). El cocido no es un invento propiamente madrileño.
Al parecer nuestro cocido, el propio de Madrid, procede de la Edad Media. La antigua “adafina” judía era un plato con garbanzos y carne de cordero que los judíos que habitaban en Castilla preparaban el viernes por la noche para no tener que encender un fuego en “sabath”, se dejaba la olla sobre las brasas del día anterior. Los que no eran judíos cristianizaron el plato añadiendo cerdo y embutidos lo que dio lugar a la famosa olla podrida, que no es que estuviera putrefacta, es que “poderida” significaba “poderosa”.
Y es que cuando en invierno Madrid amanece con su famoso cielo azul velazqueño, los vientos de la Sierra azotan la ciudad y apetece comer algo poderoso y contundente. Un cocido, en estas fechas, agrada a propios y a visitantes, en eso todos coincidimos. Hasta el próximo 31 de marzo, en Madrid estamos de enhorabuena pues los restaurantes más castizos se han puesto de acuerdo para reeditar la ruta del cocido.
Si vienen a Madrid estos días, disfruten de la ciudad, aprovechen para alegrar el espíritu con un buen trozo de historia en forma de cocido y sorpréndanse con las diversas formas de comerlo, según los restaurantes y su tradición.